Entre clases nos dimos cuenta de que estaban haciendo
obras en el bar de la Escuela, aquel lugar entrañable
donde servían en línea Ani, Vicente, Juani
y Julián, con una eficacia espectacular. La barra
de espaldas a las ventanas, una segunda barra o mostrador
con los taburetes fijos al suelo mediante fuerte tortillería
dejaba un rincón con unas pocas mesas. En las paredes,
los chistes-dibujos de Arturo Pardos. Por la tarde el sol
entraba de frente y hacía del bar un lugar cálido
en el que pasábamos muchas horas de interesante
discusión. Las obras que comenzaban, cuyo único
objetivo era la ampliación de la superficie a costa
de la legendaria cátedra de Tarzán, pretendían
dejar la cafetería como un espacio interior, reservando
las ventanas a dependencias de la futura cocina. Rápidamente
fuimos a dirección donde nos recibió Oíza
y le planteamos el problema. Comentamos la posibilidad
de hacer un Concurso entre los estudiantes y conseguimos,
al menos, que se convocara. La cosa no pasó de ahí pues
hubo muy pocas propuestas y, por supuesto, no atendieron
a las buenas ideas que planteamos los alumnos. Sin embargo,
conseguimos la paralización de las obras en marcha
y que la Escuela se replanteara el proyecto cambiando la
distribución. La consecuencia fue que los años
siguientes, a pesar de resultar un tanto desangelado, el
bar fue un lugar luminoso, abierto hacia el patio de los
prunos.
Nuestra propuesta consistía en hacer un lugar
diáfano y luminoso en contacto con el hall. La ubicación
en la planta semisótano bajo la escalinata principal
de la Escuela nos permitía proponer un nuevo acceso
a la misma por el lado derecho, respetando el ascensor
existente. Aprovechamos la ocasión para diseñar
una silla (Uli) y en compartido homenaje, el lema del proyecto
hacía referencia a una gran película y a
la entrañable camarera: “Annie Hall”
Concurso de ideas: Antonio
Moreno, Gloria Ochoa, Víctor Olmos, Ángel
Panero, José Luis Pascual